«La dieta mediterránea, reconocida por la ciencia como una dieta entre las más sanas del mundo y descrita por vez primera por el estudioso estadounidense Ancel Keys, es en realidad muy italiana. El autor del primer estudio histórico, el célebre “Seven Countries Study”, tenía en realidad muchos vínculos con Cilento, la costa de Campania donde en los años 50 se llevó a cabo este primer estudio sobre la alimentación y el estado nutricional de la población.
Desde entonces, la dieta mediterránea se ha convertido en referencia de la relación positiva entre hábitos alimentarios y capacidad de prevención de enfermedades crónicas degenerativas. Sus beneficios para la salud, la calidad y la duración de la vida están ligados a la composición de sus alimentos característicos, que son principalmente de origen vegetal, y a su consumo diversificado y equilibrado.
Por desgracia, la dieta mediterránea se sigue cada vez menos en Italia, sobre todo por los jóvenes y por las capas sociales de menor nivel económico. Numerosos estudios han demostrado un aumento del sobrepeso y la obesidad. Según datos recientes, el 31 % de los adultos tiene sobrepeso y el 10 % es obeso, mientras que el 22,2 % de los niños de 8 a 9 años tiene sobrepeso y el 10,6 % tiene distintos grados de obesidad y el fenómeno está más difundido en el sur, especialmente en Abruzzo, Molise, Campania, Puglia y Basilicata.
Durante años, efectivamente, la dieta mediterránea se ha asociado casi exclusivamente a una prescripción facultativa alimenticia, a los beneficios para la salud de sus nutrientes, olvidando que no comemos “nutrientes” sino “alimentos”, que deben tener también valores estéticos, sociales, religiosos, económicos y ambientales. Su peculiaridad es el hecho de que no es solo una lista de alimentos, por lo demás frescos, estacionales, locales y a menudo tradicionales, sino sobre todo el modo de cocinarlos, combinarlos, presentarlos y compartirlos a la mesa. El contexto y el entorno en el que se consumen y se producen son componentes clave del modelo alimentario mediterráneo, así como una vida físicamente activa, la frugalidad y el sentido del valor de la comida. No olvidemos que la palabra griega ?????? (dieta) significa equilibrio, estilo de vida. La dieta mediterránea es sobre todo un modus vivendi que incorpora saberes, sabores, elaboraciones, productos alimentarios, cultivos y espacios sociales ligados a los territorios. Por esto en 2010 fue reconocida por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad.
Por el contrario, la percepción exclusivamente desde el punto de vista de la salud ha eliminado todos los factores culturales relacionados con la alimentación. Si por una parte esta fue una de las razones de su éxito entre las élites de todos los países del mundo, incluida una capa muy reducida de la población italiana, por otra probablemente ha contribuido a alejarla de los estratos populares donde se dan hoy en día los mayores problemas de salud debidos a una mala alimentación. Pero volver atrás no es fácil, y hoy hace falta reconstruir entorno a la dieta mediterránea, al menos en parte, una cultura adaptada a los tiempos y a todos. Una cultura que debería comprender también el tema de la sostenibilidad.
Recientes estudios de la FAO, la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas, indican que en 2050 habrá en el mundo 9.000 millones de personas, que deberán comer de forma sana y sostenible. Teniendo en cuenta que hoy en el mundo 842 millones de personas sufren el hambre, que a 2.000 millones les faltan los micronutrientes esenciales para la salud y el desarrollo, como las vitaminas y los minerales, y que 1.400 millones de personas tienen sobrepeso, de las cuales 500 millones son obesas, se hace más que nunca necesario examinar los modelos de consumo alimentario y de las dietas para poder afrontar los desafíos que surgen de los nuevos estilos de vida y de sus impactos medioambientales globales.
Sandro Dernini
Programa de Sistemas de comida sostenible – Organización para la Alimentación y la Agricultura»
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